sábado, 8 de noviembre de 2008

El sol del membrillo

Mira que lo intentó durante todo el verano. No en las horas del sol en picado, sino en la mañana, o en el postrero de la tarde. Era difícil, cada uno con su amarillo pálido, todos parecidos, todos diferentes. Es que se movían, pero sin viento.
No lo terminó. Estará en algún desván, tapado con una sábana con polvo en el canto.
Vi aquella aburridísima película dos veces, y me fascinó. Sí, esa es la palabra: fascinado.
Antonio López trataba de conseguir con sus pinceles lo mismo que yo con mi cámara: plasmar la luz, pero no sólo recogerla, sino SENTIRLA, macerarla con todos los sentidos. Y como no lo consiguió, tuvo que abandonar, porque el estío se marchó con su luz y ese año ya no podrá ser.
Una foto es un instante irrepetible; si lo piensas bien, te puede recorrer un escalofrío. Y la luz es la esencia. Y no hace falta ni mucha ni poca: hay que decantarla, orearla y degustarla poco a poco. Y servirla en ración proporcionada. Harto difícil, harto fantástico.
Por eso me gusta tanto fotografiARTE.
Y, pensándolo bien, para ser mi primera entrada, me ha quedado un regusto dulzón muy agradable, como a dulce de membrillo.

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